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1.1. La camioneta abandonada.
Son las seis de la tarde. La camioneta lleva estacionada cuarenta y ocho horas sobre la acera de mi casa. No tiene placas, es negra, vidrios polarizados, sin señales de vida. La alarma está prendida. Es un foquito rojo que rítmicamente amenaza con su presencia. Me asomo al interior tratando de encontrar algún indicio, cualquier cosa que indiqué a quién pertenece, pero no hallo nada. Dicen los vecinos que no la toque, que no me meta en problemas. De cualquier forma no pretendo hacerlo. No pretendo dejar huellas ni rastro de haber estado aquí, no vaya siendo la de malas.
¡Ring! Se escucha un teléfono. Todos guardan silencio como si alguien fuera a contestar el aparato, pero nadie lo hace. ¡Ring! Suena otra vez. El sonido nos pone más ansiosos. Sudan las manos. Las miradas brincan de un lado a otro. Veo a los presentes sonreír nerviosamente. ¡Ring! Desde afuera no se nota, pero está adentro, eso es seguro. El ruido lo delata y pone en evidencia las ausencias en el vehículo.
Una mujer grita. Me salta el pecho. Señala algo: Un líquido escapa de la parte posterior del coche. Escurre perezosamente. Los demás dan un paso hacia atrás. Tengo un mal presentimiento. El corazón late muy fuerte. Estoy aterrorizado. Sin embargo, me acerco y compruebo que el cerrojo está abierto. Puedo abrir la cajuela si me acerco más, si jalo con fuerza, aunque debo pisar la choquía en el suelo. Lo hago. Piso el charco hediondo. De inmediato el olor ácido ataca la nariz. Jalo. La alarma se activa. Suena desesperada. La sangre me abandona. Sudo frío. La imagen me congela. ¡Dios mío! Este mundo no conoce la piedad.
Continuará...
Hace 11 años