domingo, 30 de mayo de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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3.1. El cuerpo errante

El pareja recibió el reporte a eso de las cero horas. Según el parte policial un indigente deambulaba por la vía de alta velocidad. Los conductores aseguraban haber visto una persona en estado de ebriedad toreando los autos. Tuvo suerte de no quedar embarrado ahí, pues a esa hora de la noche transitan camiones de carga. Uy no, me ha tocado ver un montón de perros destripados a lo largo de esa vía. Se salvó de puro milagro.

Pero la verdad siempre es más terrible de lo indicado por los informes. Vimos una silueta temblorosa desde lejos. Los autos colocaban las luces en altas o pitaban esperando reaccionara y se hiciera a un lado o saliera del paso de los coches, pero no, no lo hacía. No me extraña nadie se detuviera a echarle una mano o acomedirse y recoger al pobre sujeto. Pero en estos tiempos la indiferencia, el valemadrismo y el miedo son mucho más fuertes que la caridad o la intención por ser buen cristiano. Ya no hay buenas personas. Y si las hay quien sabe donde se quedaron, porque esta noche, ninguna se encontraba manejando por aquí.

El pareja se adelantó mientras me quedé a desviar el tráfico. Al momento comenzó a hacerme señas. Quería me acercara a ver. De principio me molesté porque encabrona que no pueda hacer las cosas él solo, pero luego me di cuenta porque lo hacía. Era una persona la que estaba ahí. No podría decir exactamente de qué edad, pues la mugre cubría la mayor parte de su rostro y cuerpo. Una bata sucia, raída, tipo paciente de hospital, costras en las muñecas y tobillos decían mucho. Lo más sorprendente no era eso. Ocultos tras una capa de sangre seca y lagañas podían apreciarse los párpados cosidos entre sí: Los hilos lo mantenían ciego. Sentí escalofríos y luego vomité. Era la imagen de una película de horror.

continuará...

viernes, 21 de mayo de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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2.3. El infierno.

El infierno no es ardiente ni flamígero. El infierno es oscuridad, es frío, metal, inerme. No hay emociones ni simpatía. Sólo un dolor agudo y penetrante, un sueño que no termina, con voces sembrando miedo, terror, angustia, que murmuran como achicharrar piel de la forma más vistosa o como provocar dolor de la manera más profunda. Eso es el infierno. Está al otro lado de la puerta. Un demonio lo administra. Tiene rostro de mujer.

Ella pincha cuando revivo. Ni siquiera despierto bien cuando vuelve a hacerlo. Caigo nuevamente en una alucinación de las sombras. Por momentos desaparece con el fulano y entonces deja respirar un poco. Recupero conocimiento sólo para recordar y llorar. Recuerdo el sol y las calles, el tráfico del mediodía. Lloro pensando en aquellos que esperan. En los minutos lentos que deben vivir pensando como estoy o si estoy. ¿Qué horrores pasarán por sus mentes en este momento? ¿Sufrirán y llorarán conmigo? ¿Me imaginarán en una barranca, descuartizado, encostalado, lleno de agujeros? ¿O acaso con el rostro descarnado a causa de los perros callejeros? Debe ser peor a lo que estoy viviendo.

Pero este tormento no lo transito solo. Mientras ella me tortura con pinzas y agujas yo la torturo con celos e inseguridad que regresan el daño retribuido, multiplicado mil veces. En mis ratos de conciencia le digo palabras de veneno que caen en su ánimo como piedras en el pozo: Hasta el fondo. Su cordura, ya deteriorada, se descompone más rápido y noto en mi estado de desesperación que ella está más desesperada que yo. Tanto que empieza a escucharme, a considerarme su confidente. Lo hace mientras revisa mis amarres, mientras graba para torturar a los míos. No sabe qué hacer para detener el agua que escapa de sus manos. No sabe como sujetar al sagitario que quiere volar. Le clavó una flecha y no puede sacársela. No sabe hacerlo. Pero yo sí. Se lo hago saber y escucha, primero desconfiada, después atenta. Lo hace para mal suyo. De esa manera mi infierno de oscuridad se transforma en nuestro infierno de venganza.

continuará...

viernes, 14 de mayo de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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2.2. Todo por amor.

Pobrecito. Llegó con tres balazos en la pierna izquierda. Me dio tanta lástima verlo ahí, tan guapote, tan masculino, lleno de sangre, quejándose. Daba ternura ver el hombresote, indefenso y desamparado ante el dolor. Me sentí identificada hasta lo más hondo de mi ser. No hubo de otra. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Sus lágrimas me robaron el corazón. Fue inevitable. Era el destino llamando a la puerta de mi conciencia ¿por qué no escucharlo? Por su culpa nos conocimos, nos tratamos, nos enamoramos… Sí, así fue. Nos enamoramos.

A los dos días de estar hospitalizado me declaró su amor, cuanto me quería, cuanto había soñado conmigo toda su vida, las muchas cualidades que veía en mí. No aguanté, chillé de la emoción frente a él. Me sentía tan sola, tan abandonada y ahora, sin buscar, encontraba lo que quería, en el lugar menos esperado. Nunca tuve suerte con los hombres. Huían. Me hacían sufrir, lastimándome, rompiéndome el alma a cada rato. Y no sé porqué sí les doy todo de mí, totalmente, sin condiciones. Pero no lo aprecian. No aprecian a una mujer enamorada. A una mujer que entrega hasta su vida. El último tipo con el que salí dijo “eres una pendeja”, dejándome sola en la sala de cine. Después de eso lo busqué. Pensé que había sido una confusión, un malentendido, pero no contestó las llamadas ni los mensajes. Tampoco volvió a abrir la puerta de su departamento. Algo debí haber hecho mal que no le pareció, que se enojó, pero en todo caso no supe que fue. ¿Por qué me pasa esto? Sí lo único que hago es amarlos.

Por eso cuando lo conocí postrado en la camilla y me declaró sus emociones no pude más. Le dije sí, sí con todas mis fuerzas, sí con cada lágrima que lloré estos años. Me derretí cuando tomó mis manos, las beso e hizo pasar por su cara sin rasurar, cuando me dijo “¿quieres ser mi novia?”. En ese momento sentí el corazón paralizárseme. Bendije a todos los santos y vírgenes del cielo que recordé por hacerme el milagro, por escuchar mis ruegos, por ver mis limosnas, por acompañarme en las mandas realizadas. Sólo era cuestión de fe y paciencia. Bien decía mi abuela “velo y mortaja…”.

Por ello tampoco dudé cuando pidió auxilio. No permitiría que nadie me lo quitara, que la mano cruel de la ley se lo llevara. A él no. Sin pensar le ayudé a escapar por la salida de emergencia del hospital vestido como otra enfermera, arriesgándome a cualquier cosa, sin importar nada, sin pensar caería en la sombra de la cárcel por culpa del amor. Pero la Divina Providencia recompensa las causas justas, observa los actos de penitencia y por eso, en la puerta, antes de salir a la calle me dijo “¿Quieres venir conmigo?”. No pude negarme, no tenía nada que perder. Tiré la cofia en el bote de basura y huí con él.

continuará...

jueves, 6 de mayo de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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2.1. La puerta cerrada.

La llamada sonaba desesperada. Indicaba la dirección y las señas de un lugar ubicado en la colonia Guerrero, una zona de mala reputación donde abundan las balaceras y las residencias de pirujas de tres pesos.

Llegamos al lugar indicado: Una casa hechiza de color rosa pastel. El portón se encontraba amarrado con cadena y candado, pero sólo por encimita. Lo que estuviera ahí no estaba bien guardado, pues no había más seguridad que esa. Sin embargo, nuestro equipo siempre viene preparado para cualquier situación. Sin importar estuviera abierto terminamos por romper todo a madrazos. Nada puede contra un buen marro o una patada. Nada puede contra el decidido pie de la justicia (cuando se decide).

El patio interior estaba casi vacío, con algunos muebles inservibles amontonados en un rincón. Es seguro que aparcaban aquí un vehículo grande, una camioneta quizás. Aún había marcas de llantas y algo de aceite de motor. Avanzamos con cuidado. La puerta del interior estaba emparejada y no hicimos ningún esfuerzo para abrirla, cosa que nos extrañó mucho, considerando también la de afuera se encontraba igual. Debieron haber salido hechos la chingada para que la dejaran así.

La casa tenía pocas cosas: Una mesa aquí, un refrigerador jodido por allá, unos trastes de plástico más acá. Nada útil o bueno, a excepción de un par de celulares que se encontraban tirados en el piso, modelitos viejos que nadie quiso. Todo sucio o en mal estado. Los que estaban aquí además de codos eran unos puercos. Queda claro con que fines ocupaban este mugrero.

Revisamos cuarto por cuarto hasta la azotea. De abajo hacia arriba esculcamos cada espacio, cada esquina. Teníamos ganas de accionar el arma, disparar a lo primero que se moviera, pero no había nadie. La mayoría de las puertas no tenían cerrojo y las que lo tenían estaban abiertas, a excepción de una. En la recámara posterior había un colchón roto y una mesita de noche repleta de medicamentos, jeringas, gasas con sangre y otros objetos de curación. En cuanto entramos supimos que algo estaba mal en esa habitación, que la causa de la llamada provenía de ese sitio. Un fuerte olor a podrido no dejaba respirar. Casi casi vuelvo las garnachas de la mañana. El suelo se encontraba tapizado de gusanos negros, de esos que le salen a los perros muertos, entre moscas revoloteando como buscando algo en que posarse o que morder. Espantándonos los insectos llegamos al otro lado. Tanto la hediondez como los bichos provenían de un sólo lugar: El clóset del fondo. Esa era la única puerta cerrada.

continuará...