jueves, 6 de mayo de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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2.1. La puerta cerrada.

La llamada sonaba desesperada. Indicaba la dirección y las señas de un lugar ubicado en la colonia Guerrero, una zona de mala reputación donde abundan las balaceras y las residencias de pirujas de tres pesos.

Llegamos al lugar indicado: Una casa hechiza de color rosa pastel. El portón se encontraba amarrado con cadena y candado, pero sólo por encimita. Lo que estuviera ahí no estaba bien guardado, pues no había más seguridad que esa. Sin embargo, nuestro equipo siempre viene preparado para cualquier situación. Sin importar estuviera abierto terminamos por romper todo a madrazos. Nada puede contra un buen marro o una patada. Nada puede contra el decidido pie de la justicia (cuando se decide).

El patio interior estaba casi vacío, con algunos muebles inservibles amontonados en un rincón. Es seguro que aparcaban aquí un vehículo grande, una camioneta quizás. Aún había marcas de llantas y algo de aceite de motor. Avanzamos con cuidado. La puerta del interior estaba emparejada y no hicimos ningún esfuerzo para abrirla, cosa que nos extrañó mucho, considerando también la de afuera se encontraba igual. Debieron haber salido hechos la chingada para que la dejaran así.

La casa tenía pocas cosas: Una mesa aquí, un refrigerador jodido por allá, unos trastes de plástico más acá. Nada útil o bueno, a excepción de un par de celulares que se encontraban tirados en el piso, modelitos viejos que nadie quiso. Todo sucio o en mal estado. Los que estaban aquí además de codos eran unos puercos. Queda claro con que fines ocupaban este mugrero.

Revisamos cuarto por cuarto hasta la azotea. De abajo hacia arriba esculcamos cada espacio, cada esquina. Teníamos ganas de accionar el arma, disparar a lo primero que se moviera, pero no había nadie. La mayoría de las puertas no tenían cerrojo y las que lo tenían estaban abiertas, a excepción de una. En la recámara posterior había un colchón roto y una mesita de noche repleta de medicamentos, jeringas, gasas con sangre y otros objetos de curación. En cuanto entramos supimos que algo estaba mal en esa habitación, que la causa de la llamada provenía de ese sitio. Un fuerte olor a podrido no dejaba respirar. Casi casi vuelvo las garnachas de la mañana. El suelo se encontraba tapizado de gusanos negros, de esos que le salen a los perros muertos, entre moscas revoloteando como buscando algo en que posarse o que morder. Espantándonos los insectos llegamos al otro lado. Tanto la hediondez como los bichos provenían de un sólo lugar: El clóset del fondo. Esa era la única puerta cerrada.

continuará...

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