sábado, 5 de junio de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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3.2. Otra forma de amar

El amor verdadero es el que cede todo al ser amado, sin condiciones, sin prisas, sin obstáculos. Yo he cedido todo por él. Todo por ese amor que me derrite y me hace perder la cabeza. Él es mi vida entera. Sin su presencia no sería nada. Sin una persona a mi lado no valgo, soy menos que un cero a la izquierda. Pero con alguien como él, inteligente, valiente, que me quiere y protege, todo cambia, la gente me respeta, me miran distinto, la noche se convierte en día y mis inviernos en una primavera que no termina. Eso dijo hoy la protagonista de la telenovela y no puedo sentirme más de acuerdo: Él llegó para quedarse.

Nos fuimos a vivir juntos y me convertí en su mujer. Además quiso lo ayudara en los “negocios” que manejaba. Por un momento dudé, sentí quería usarme, pues nunca he andado en esos trotes, corriendo de aquí para acá, huyendo de la policía. Quizás soy pendeja, pero no criminal. Una cosa es hacerse la tonta y otra encubrir. Sentí que no era lo mío, que en cualquier rato nos agarrarían. Sin embargo, poco a poco, con sus palabras dulces y sus cariños de miel, comprendí que lo hacía por los dos, por nuestro bienestar, por estar juntos, por tener algo que compartir. Me convenció. Acepté sin más rezongos y entonces me vi involucrada en cosas que jamás hice por otro. En un principio sentí algo de remordimientos por la gente a la que atracábamos, pero después ya no. Llegado un punto me acostumbré a vivir a salto de mata, agarrándole cierto gusto a chingarte el dinero de la gente y hacer lo que te venga en gana sin nadie que te recrimine. Al final, la culpa la tienen ellos por estúpidos, por confiar en cualquiera. Pero por sobre todas las cosas, lo que más me gustó fue saber que le era indispensable: Él me hacía sentir como la heroína de mi propia novela, como la adelita de un soldado de los tiempos modernos. Todo con tal de estar a su lado, por valer algo en la vida, porque la gente te mire con respeto.

No medí lo que pasaría ni me importó. Lo seguí donde, como y en lo que fuera. Era un sueño que no terminaba, una alegría verlo retozar sobre mí, correr por salvarnos el pellejo, vivir en la complicidad. Pero de repente las cosas empezaron a cambiar para mal. Decidió mudar de giro, dedicarnos a algo que según nos llevaría a una mejor vida: El negocio del secuestro. Las cosas comenzaron a desmoronarse lentamente. La familia no quería pagar, los meses se hicieron eternos y la inmovilidad empezó a fastidiarnos. Él dejó de ponerme atención y dedicarme sus horas. Salía por ratos encargándome el cuidado del engendro y a veces ni llegaba a dormir. No sabía qué hacer ni cómo reaccionar. Me estaba volviendo loca, retornando a mi soledad. ¿Me abandonaría si le reclamaba algo? ¿Me dejaría? No, él no se podía ir. Él no.

Continuará...

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