Esta es la última parte de este relato, es decir, el final. Si quieres leerlo desde el principio sólo da clic aquí.
.
3.3. El cielo.
Gritos. Voces maldiciendo. Mentadas de madre. Cosas que caen y rompen. “Me tienes harta” grita la bruja. “Eres una estúpida” le responde el otro. Escucho todo eso y más. El amor se quebró entre ellos. Eso es seguro.
Se envalentona. Recrimina al marido, quien llega de madrugada oliendo a prostituta y cigarro. Pelean. Se golpean. Se maldicen otra vez: “Puta ridícula”, “Mantenido de mierda”. Ella no queda contenta. Está furiosa, desesperada, ardida, vengativa, demente. Él se confía, la cree inofensiva, “ya se le bajará”, así que después de cenar se entrega feliz a sus sueños. Ella lo seda mientras él reposa. Apenas si opone resistencia. Lo amarra, lo arrastra y lo deja en el cuchitril donde me tienen a mí. Nos intercambia de lugar. Cierra la puerta por fuera. El no podrá salir hasta que ella, según sus cálculos, lo acuse ante la ley. Prefiere verlo encerrado antes que con otra. “En el bote será sólo mío” dice.
Pero sus planes no se cumplirán. Me saca a empujones, casi a rastras. Vamos hacia la camioneta. Arranca. Deja las puertas medio abiertas, esperando alguien se atreva a entrar y lo delate. Nos quedamos en otra casa de seguridad: Un cochinero igual de inmundo. Permanecemos varios días, no sé cuantos. “Debe aprender que me necesita, que sin mí no es nada” afirma, cuando es evidente lo contrario. Deja de sedarme para tener con quien charlar. En su locura empieza a desvariar, a tener una experiencia romántica conmigo, a enamorarse de la sombra que soy, a llamarme por otros nombres, que si Pedro, Juan, insinuando cosas desagradables sobre un futuro juntos. Lo hace mientras cura mis cicatrices, mientras limpia las lagañas. Yo no la contradigo, pues estoy a su merced. “Tú si te portas bien” asegura. Esta loca, pero armada. Sigue siendo igual de peligrosa. Con todo y sus arranques no se da cuenta que me he liberado de los amarres. Que con los ojos cerrados atizo su enojo. Que le sugiero regresar para terminar de vengarse. Que acepta sin mucho pensarlo.
Nos detenemos un par de colonias antes. Dentro del auto llama a la policía. Quiere atestiguar cuando se lleven al hombre, que para ese entonces debe estar muerto. Ella perdió contacto con la realidad, pero yo no. Aprovecho mientras habla detallando el lugar de su abandono. Busco lo primero que encuentro y se lo encajo, una y otra vez. Forcejea. Maldice. La piel se rompe. Mis manos se hunden, se empapan. Gimotea. Cierra el vehículo. Trato de salir por la parte de atrás. Me arrastro. Ella intenta seguirme. La mano se vuelve hundir hasta el fondo. Siento mis dedos mojarse. Nada los detiene. Escucho un gemido largo, grave. Deja de moverse. Vuelvo a enterrar hasta el fondo, hasta que no salga nada más, ni aire. No dejo de hacerlo hasta cansarme, hasta dejar de respirar por el esfuerzo. Cuando me recupero busco la salida. Es la puerta de atrás. La abro, salgo, cierro. Un aire fresco me llena. Es de noche. Camino. Mi corazón se baña con la luz de los autos. La sigo instintivamente. En ella encuentro el paraíso: La oscuridad no puede detenerme. Ya no.
Fin.
Hace 11 años
No hay comentarios:
Publicar un comentario