viernes, 14 de mayo de 2010

Tres pasos en la oscuridad

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2.2. Todo por amor.

Pobrecito. Llegó con tres balazos en la pierna izquierda. Me dio tanta lástima verlo ahí, tan guapote, tan masculino, lleno de sangre, quejándose. Daba ternura ver el hombresote, indefenso y desamparado ante el dolor. Me sentí identificada hasta lo más hondo de mi ser. No hubo de otra. Ocurrió lo que tenía que ocurrir. Sus lágrimas me robaron el corazón. Fue inevitable. Era el destino llamando a la puerta de mi conciencia ¿por qué no escucharlo? Por su culpa nos conocimos, nos tratamos, nos enamoramos… Sí, así fue. Nos enamoramos.

A los dos días de estar hospitalizado me declaró su amor, cuanto me quería, cuanto había soñado conmigo toda su vida, las muchas cualidades que veía en mí. No aguanté, chillé de la emoción frente a él. Me sentía tan sola, tan abandonada y ahora, sin buscar, encontraba lo que quería, en el lugar menos esperado. Nunca tuve suerte con los hombres. Huían. Me hacían sufrir, lastimándome, rompiéndome el alma a cada rato. Y no sé porqué sí les doy todo de mí, totalmente, sin condiciones. Pero no lo aprecian. No aprecian a una mujer enamorada. A una mujer que entrega hasta su vida. El último tipo con el que salí dijo “eres una pendeja”, dejándome sola en la sala de cine. Después de eso lo busqué. Pensé que había sido una confusión, un malentendido, pero no contestó las llamadas ni los mensajes. Tampoco volvió a abrir la puerta de su departamento. Algo debí haber hecho mal que no le pareció, que se enojó, pero en todo caso no supe que fue. ¿Por qué me pasa esto? Sí lo único que hago es amarlos.

Por eso cuando lo conocí postrado en la camilla y me declaró sus emociones no pude más. Le dije sí, sí con todas mis fuerzas, sí con cada lágrima que lloré estos años. Me derretí cuando tomó mis manos, las beso e hizo pasar por su cara sin rasurar, cuando me dijo “¿quieres ser mi novia?”. En ese momento sentí el corazón paralizárseme. Bendije a todos los santos y vírgenes del cielo que recordé por hacerme el milagro, por escuchar mis ruegos, por ver mis limosnas, por acompañarme en las mandas realizadas. Sólo era cuestión de fe y paciencia. Bien decía mi abuela “velo y mortaja…”.

Por ello tampoco dudé cuando pidió auxilio. No permitiría que nadie me lo quitara, que la mano cruel de la ley se lo llevara. A él no. Sin pensar le ayudé a escapar por la salida de emergencia del hospital vestido como otra enfermera, arriesgándome a cualquier cosa, sin importar nada, sin pensar caería en la sombra de la cárcel por culpa del amor. Pero la Divina Providencia recompensa las causas justas, observa los actos de penitencia y por eso, en la puerta, antes de salir a la calle me dijo “¿Quieres venir conmigo?”. No pude negarme, no tenía nada que perder. Tiré la cofia en el bote de basura y huí con él.

continuará...

1 comentario:

Rod Zila dijo...

Mr. JAvo, soy seguidor de sus obras, con un ligero retraso de unos tres o cuatro años jejeje.

LO amo!